sábado, 2 de agosto de 2014

La culpa no cae al suelo
Ha llegado el solsticio de verano y se adelantan los pensamientos de otoño golpeando la conciencia. Con crueldad se van sucediendo en tropel sin pedir permiso ni esperar respuesta a sus cuestionamientos, no permiten que se digieran para declarar sentimientos afinados.
¿Fue cierto el amor? Lo que hoy se vislumbra como un espejismo, una fábula de hadas rosa, fue un oasis de dulces dátiles, de perfumes secretos, un bálsamo para éstos heridos de la gran tribulación, soñadores venidos del lugar de nunca jamás.
Se quebró la promesa, se olvidó el compromiso, lo que ante Dios se juró un domingo de marzo, dos lo ignoraron sin remordimiento. Fue tanta la sinceridad que hay heridas que no tendrán cura y caminos que no serán recorridos de vuelta. Las esperanzas fueron mayores que el amor y el amor tan inmenso que se olvidó la pasión y ésta un día despertó abrazada a un beduino. De veras siempre habrá tentaciones pero la tentación no es pecado, pecado es sucumbir sonriente y sin dolor a ella.
Si hubo culpa, es como un bien ingrato y desagradable que nadie quisiera poseer. Ninguno de los dos la asumirá como suya, nadie reclamará su propiedad.
La culpa es hoja espinosa y seca que ninguno permitirá que toque el suelo, la manotean de vuelta al del frente, la soplan con sus insultos mutuos, la codean como queriendo que ese golpe llegue proyectado a otra faz y dentro de otro corazón.

Esto solo de día y cuando sienten sus cercanías, porque muy de noche curan sus rodillas peladas de tanto bañar con sus lágrimas a esa flor de amor, esperando que ocurra el milagro que la reviva. Ambos, uno frente al otro están, sin reconocerse, sin sentirse, porque una pared invisible labrada de orgullo los separa.


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