La culpa no cae
al suelo
Ha llegado el solsticio de verano y se
adelantan los pensamientos de otoño golpeando la conciencia. Con crueldad se van
sucediendo en tropel sin pedir permiso ni esperar respuesta a sus
cuestionamientos, no permiten que se digieran para declarar sentimientos
afinados.
¿Fue cierto el amor? Lo que hoy se
vislumbra como un espejismo, una fábula de hadas rosa, fue un oasis de dulces
dátiles, de perfumes secretos, un bálsamo para éstos heridos de la gran
tribulación, soñadores venidos del lugar de nunca jamás.
Se quebró la promesa, se olvidó el
compromiso, lo que ante Dios se juró un domingo de marzo, dos lo ignoraron sin
remordimiento. Fue tanta la sinceridad que hay heridas que no tendrán cura y
caminos que no serán recorridos de vuelta. Las esperanzas fueron mayores que el
amor y el amor tan inmenso que se olvidó la pasión y ésta un día despertó abrazada
a un beduino. De veras siempre habrá tentaciones pero la tentación no es pecado,
pecado es sucumbir sonriente y sin dolor a ella.
Si hubo culpa, es como un bien ingrato y
desagradable que nadie quisiera poseer. Ninguno de los dos la asumirá como suya,
nadie reclamará su propiedad.
La culpa es hoja espinosa y seca que
ninguno permitirá que toque el suelo, la manotean de vuelta al del frente, la
soplan con sus insultos mutuos, la codean como queriendo que ese golpe llegue
proyectado a otra faz y dentro de otro corazón.
Esto solo de día y cuando sienten sus
cercanías, porque muy de noche curan sus rodillas peladas de tanto bañar con
sus lágrimas a esa flor de amor, esperando que ocurra el milagro que la reviva.
Ambos, uno frente al otro están, sin reconocerse, sin sentirse, porque una
pared invisible labrada de orgullo los separa.
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